La Ofrenda, un acto de devoción

La Ofrenda, un acto de devoción


    

   

        A pesar de que los investigadores y antropólogos, como Antonio Ariño, no hallaron en actas y documento alguno que los carpinteros costearan fuegos para celebrar la festividad de San José; su día –propuesto por la jerarquía católica– en vísperas del equinoccio de la primavera fue justificación para que se le ofrecieran las antiquísimas hogueras, que, con motivo de la nueva vida de la naturaleza, se encenderían especialmente en el centro y sur de Europa. Todavía en la provincia italiana de Mantova subsiste la figura arcaica de la Befana, realizada sobre una base de paja y burdamente vestida, bruja buena que, sobre una escoba, trae juguetes y carbón dulce a los niños, en las vísperas de la Epifanía. El fin de la Befana es una hoguera simbolizando la definitiva muerte del año viejo; sin embargo,la celebración del resurgir de fuentes y plantas acontece por SanGiuseppe encendiendo fuego a los muebles viejos que representan «peccati, disgrazie i dolori».   


    En Valencia, a San José, Patrón del Gremio de Maestros Carpinteros, designado por San Juan de Ribera en 1605, se le entronizó en tortadas elaboradas para los días falleros en las primeras décadas del siglo y se intentó dotar a las fiestas con celebraciones religiosas en su honor, pero el propósito fue vano. Así como la iconografía de mazapán se eliminó del calendario devoto, sólo permanecen los actos del Gremio de Maestros Carpinteros el 19 de marzo, resaltando la misa celebrada en la capilla de las Escuelas Pías (calle de Carniceros), el templo de la hermosa cúpula con linterna, que se contempla des­de el jardín de Parcent y el Mercado Central.

 

    Las comisiones de falla, con total independencia, también suelen acudir a misa en la parroquia de su diócesis organizando un alegre desfile para el cumplimiento eclesiástico; y la Fallera Mayor con su corte y miembros de la Junta Central Fallera depositan flores en el monumento del puente de San José (sufragado por la citada Junta en 1951). La imagen del bendito Patriarca, obra de Octavio Vicent Cortina, está representado como un artesano que trabaja junto al Niño, muy lejos del envejecido varón que tradicionalmente aparece en lienzos. Coincidente con el pueblo que prefiere a los santos próximos y humanos, el Gremio de Artistas Falleros le homenajea el 1 de mayo en la iglesia de San José Artesano (Ciudad Fallera); después se reúnen en comida de fraternidad y conceden el galardón del «Ninot d’Or», a quienes distinguen por su labor en pro de las fallas.
San José, con el Niño Jesús y la rama florecida, encorvada espalda y barba canosa, preside capillas y ermitas, y aún siguen ancianas beatas tributándole siete primeros domingos de mes, pero los valencianos intuyen que las fallas poco tienen que ver con su relevante papel en las Sagradas Escrituras. Las fallas son las fallas y San José es quien ofreció el familiar nombre de Pepe a miles de valencianos.


    La arraigada fe en la Virgen de los Desamparados se declara abiertamente, tanto el segundo domin­go de ma­yo, como en estos masivos y organizados desfiles de comisiones con sus estandartes y bandas de música, en los que se haya el aliciente de lucir rica indumentaria y ostentación floral.
Son tardes vitalísimas, vibrantes de ritmos, pura manifestación de un pueblo extravertido; desde los comienzos no extrañó ver a jóvenes madres con niños de pocos meses, en el co­che­cito, vestidos con prendas típicas. Y a la par que los críos dormidos en su cómodo arrastre, con chupete en la boca y zaragüelles de 20 centímetros, iban sus abuelas vestidas de labradora a la antigua usanza, sin prejuicio alguno.

 

     La concentración de las comisiones en la Glorieta, frente al imponente Palacio de Justicia y bajo la frondosidad de los centenarios ficus, es uno de los puntos clave para disfrutar observando a nuestra gente, la que sabe saborear como nadie la fiesta. Mientras se apura el tiempo hasta que la comisión es reclamada por un orden numérico, los músicos tocan improvisados bailes de grupo o canciones para ser coreadas por cuantos se hallan en el entorno. El desfile de la Ofrenda en la calle de la Paz, la vía de arquitectura ecléctica más bella de Valencia, la aristocrática calle para cuya construcción se derribaron los conventos de San Cristóbal y Santa Tecla, es pura delicia visual. Las falleras: trajede labradora, mantilla de blonda o terno de terciopelo y raso, son portadoras de ramos de claveles, rosas y gladiolos, y los falleros sostienen sobre sus hombros los canastillos que encargaron en las floristerías tradicionales, o que ellos mismos confeccionaron la noche anterior, en el casal, clavando los tallos en mullida base vegetal que cubre la figura de un sol, una paloma, el Miguelete, el escudo de Valencia o la alegoría caprichosa que propuso el más ingenioso de la comisión.
Los aplausos se repiten constantemente y no cesan las bandas, ni los dulzaineros, acompañando a las agrupaciones por el centro de la privilegiada calle que enmarca la silueta de la torre de Santa Catalina, iluminada, recortándose sobre fondo celeste. A su vez, por la calle de San Vicente, desfilan las comisiones que se concentraron frente a la iglesia de San Agustín; ruta que tiene como frontis el Miguelete.

 

    La Ofrenda de Flores fue y sigue siendo sacudida de pura emoción, especialmen­te cuando se llega a la plaza de la Virgen y a través de los altavoces se anuncia la comisión que protagoniza el tributo y los nombres de las Falleras Infantil y Mayor y de la banda de música. Pregón de un espíritu.
 

 

 



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