Con las fallas llegan los turistas, y con los turistas, el negocio. Y no sólo el de los comercios habituales. Una vez más las Fallas han servido de aliciente para que multitud de personas se lancen a la calle en busca de un dinero extra. Los artesanos, músicos, mimos y vendedores ambulantes se multiplican durante la fiesta. «En Fallas siempre venimos a la ciudad desde Barcelona», declara Ana María, que posa en la calle Navellos vestida de la Dama de las Camelias.

Esta argentina residente en la Ciudad Condal lamenta que sus ingresos «hayan caído mucho respecto a los últimos años». «Ahora siguen parando muchos, pero sólo el diez por ciento de los que paran dejan algo de dinero», cuenta. Calle arriba posa Fabián, su marido, disfrazado de gárgola. El mimo cuenta que en Valencia las autoridades les permiten estar en la calle. «Este año está más abierta la posibilidad de trabajar. Dan unos permisos, pero si alguien no los tiene no se ponen estrictos si uno no molesta. La policía siempre es muy correcta con nosotros», declara.

En la calle Hospital las sábanas repletas de pañuelos, bolsos y broches rellenan los espacios que no ocupa el mercadillo. Entre ellos, dos guitarristas con estudios musicales se estrenan en un peculiar escenario: la vía pública. «Queremos aprovechar las Fallas para sacar algo de dinero. Tenemos un trío de guitarra en el que hacemos versiones de todo tipo, desde temas clásicos hasta rock de los años 60, y hemos venido a tocar una cuantas», explica David. No están solos en lo que a música se refiere. Son muchos los grupos de todas las nacionalidades que convierten en ingresos su melodía.

En la misma vía, María José vende sus broches y muñecos de trapo ataviados de fallera o de saragüell en un pequeño puesto. «Me va muy bien. Hago 3.000 broches y 300 muñecos de goma y se vende casi todo. Soy autónoma, y este año tengo un segundo puesto en Convento Jerusalén», explica bajo el pequeño flexo en el que sigue produciendo broches mientras vende. La fallera recurre al cartón, al forro acolchado y al aluminio dorado para elaborar sus simpáticas falleras.

Menos sofisticado es el sistema de venta de los denominados lateros. Los hay de todo tipo, con mochila, con bolsa de plástico, con nevera de camping, con carro rebosante de botes y hielo... Al grito de «cerveza, coca cola, un euro» hacen el agosto entre los sedientos asistentes de la mascletá. «Es una manera fácil de ganarse un dinero. Compro los botes en el supermercado y los vendo fríos a un euro», explica uno de los vendedores, que asegura que aunque todos piden el mismo importe por el producto «no han pactado el precio».

Mientras los lateros dan de beber al público agolpado en la valla, al otro lado, el grupo Dinamic aporta el espectáculo hasta que llega la hora de la pólvora. En su vistosa función las acrobacias se apoyan en una bola de equilibrios, zancos, una rueda alemana y la percusión de una batucada para deleitar a los asistentes. «Es nuestro trabajo. Nos contrata el Ayuntamiento para entretener a la gente antes de la mascletà», expica Guillem, que anuncia para hoy un adelanto de su próximo espectáculo musical.

Sólo al anochecer alguno de estos trabajadores tan ligados a la fiesta puede permitirse disfrutar de las fallas. «La ciudad es muy bonita. Por la noche la disfrutamos un rato», reconoce Ana María. «Me encanta Valencia», resume el italiano Eduardo, de día disfrazado de trol frente a Les Corts.